Una mala noticia o un dolor profundo nos “ensombrecen”, nos apagan la mirada, nos quitan la luz. Pero, no obstante todo, podemos aspirar a la luz, al resplandor.
El día de nuestro bautismo, nuestros padres y padrinos recibieron un cirio encendido que nos iluminó el rostro y puso fuego en nuestro corazón. Nosotros mismos nos hicimos cargo de ese fuego el día en que recibimos el sello del Espíritu Santo, que es “luz y fuerza”.
Si dejamos “arder” el fuego de Dios en nuestro corazón, se ahuyentarán las tinieblas y seremos hijos e hijas de la luz. Al contemplar su rostro en el fondo de nuestro ser “quedaremos radiantes”.
Llevar esa luz es nuestra misión. Anselm Grun lo describe así:
Hacer luz en la propia existencia, comprender el sentido, es ahuyentar las ilusiones y por tanto acoger en ella más vida. Por esto en el cristianismo primitivo se llamaba al bautismo “la iluminación”. Hoy, la aspiración a la luz me parece muy fuerte entre nuestros contemporáneos. Muchos, sin saberlo, la buscan con tenacidad. Entre quienes vienen a escucharme, constato a menudo que la expresión de la mirada se ilumina en el curso de la tarde. Cuando una persona deprimida sueña con la luz, hemos notado que esto marca el inicio de su curación.Que cuantos lleguen a nosotros buscando una luz, la encuentren en ellos mismos, donde arde como la zarza de Moisés, en el espacio más sagrado y bendecido de todos: su mundo interior.
1 comentario:
Saludos. El símbolo de la luz es muy significativo para mí, y siempre me ha motivado descubrir cuantas veces lo utilizan las oraciones del oficio divino. Cuando bautizo le hablo a padres y padrinos del valor de la luz como símbolo para entender el sentido de ese sacramento y su peremne renovación. Es curioso que otro blog amigo haya también tocado un tema similar.
Feliz Fiesta de TODOS LOS SANTOS
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